Me levanto todo ilusionado porque sé que cuando acabe el día podré bajar a tirar la basura.
Los que no tenemos perro ni hijos tenemos que conformarnos con ir a comprar alimentos cada diez o quince días y con lo diario de la bolsa de basura. Algún día me he dado un capricho y he ido a tirarla al otro contenedor que está 20 metros más allá para redescubrir el inhóspito yermo y estirar el paseo dos minutillos más.
El trayecto hacia el contenedor, aunque corto, es siempre refrescante y alguna vez que otra me ayuda a parir ideas tan tontas como esta de hoy, que espero sepan perdonar.